sábado, 21 de junio de 2014

La coronación sin corona

Como de costumbre y haciendo gala de un sutil uso del lenguaje la han llamado proclamación, no sea que los sectores más reaccionarios armen la de dios con la que está cayendo. Aunque no es sólo cuestión de nombre, en efecto nadie ha puesto una corona en la cabeza de nadie ni tampoco fue así hace casi 40 años con D. Juan Carlos a quien hicieron una ceremonia de unción llamada: «Misa de Espíritu Santo» como equivalente a la coronación. Sus razones tendrían, pero seguro que no son las que publicaron a través de los medios en su momento. Está visto que tanto en aquellos días como ahora, para quienes tomaran la decisión política de cómo manejar con habilidad el protocolo para dejar conformes al mayor número posible de ciudadanos es una cuestión de imagen y ahí no se pueden cometer fallos bajo ningún concepto, la imposición física de una corona y toda referencia lingüística a ella no debía ser lo más recomendable. Sin embargo y a pesar del eufemismo, la impresión final que me causa la ceremonia que vi es la de una
coronación con todas sus bendiciones. Lo que cuenta es el hecho de que, guste o no, tenemos nuevo rey; en la cúpula del poder jamás se ha considerado otra opción, siempre se ha tratado de algo absolutamente innegociable.
A lo largo del jueves tuvimos toda la cobertura sobre el evento que pudiésemos desear en radio, TV, prensa y naturalmente internet. Los medios audiovisuales de cobertura nacional en su mal encubierto servicio al poder, exhibieron con lujo de detalle todos los pormenores y cotilleos de cada gesto que hacían nuestros protagonistas, como es costumbre en estos acontecimientos que suelen ser considerados históricos en el marco de una perspectiva temporal muy estrecha; aunque lo cierto es que en 200 años los libros de historia (si es que para entonces siguen existiendo libros en papel o en su defecto el soporte equivalente) le dedicarán con suerte una línea.
Y ha sido en ese punto cuando le asaltan a uno ciertos recuerdos de un pasado lejano, en el tránsito de la niñez a la adolescencia donde escuchaba de rebote discursos y asimilaba conceptos machaconamente repetidos tales como: democracia, libertad, solidaridad, entendimiento, nación, confianza, prestigio, responsabilidad, progreso, Europa, empleo...
Repasemos un poco al azar el discurso de D. Felipe. Nos encontramos con frases tales como:
«...rendimos hoy el agradecimiento que merece una generación de ciudadanos que abrió camino a la democracia, al entendimiento entre los españoles y a su convivencia en libertad»
«...[pueblo español] que logró superar diferencias que parecían insalvables, conseguir la reconciliación de los españoles, reconocer a España en su pluralidad y recuperar para nuestra Nación su lugar en el mundo
«La Corona debe buscar la cercanía con los ciudadanos, saber ganarse continuamente su aprecio, su respeto y su confianza; y para ello, velar por la dignidad de la institución, preservar su prestigio y observar una conducta íntegra, honesta y transparente, como corresponde a su función institucional y a su responsabilidad social
Como palabras son una preciosidad, bellísimas, maravillosas. Idénticas a las que escuchaba por TV hace 35 ó 40 años, igual de alentadoras y halagadoras. Fantásticamente ajustadas a la definición que nos ofrece la RAE para ese término tan profusamente y a la vez mal utilizado por periodistas y tertulianos de salón llamado demagogia, cito: «Práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular» o en segunda acepción: «Degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder.»
El caso es que desde mi perspectiva hay un grave problema: Cuando era chaval caía fácilmente en esa trampa, me lo creía todo; naturalmente no conocía otra cosa. Pero a estas alturas de la película lo siento mucho, pero ya no trago. Tanta belleza expresada a través de una voz casi robótica y una mirada inexpresiva, sin un ápice de pasión, de humanidad, de alma... ¡me ha sonado tan terriblemente falso!
Pero lo peor de todo ha sido asistir al más repulsivo ejercicio de adulación por parte de los medios informativos: principalmente radio, prensa y TV. Todas las opiniones vertidas por los cacareantes tertulianos, locutores y demás personal, parecían obedecer a unas directrices muy bien estudiadas. Por una parte surge el discurso impecablemente diseñado para convencer a una masa de espectadores dispuestos a otrogar la máxima credibilidad a todo aquello que sale de la caja lista (de tonta no tiene un pelo), así por sistema. Ese diseño cubre todos los apsectos imaginables desde un punto de vista psico-social: desde las palabras bien escogidas, el escenario de fondo, la iluminación, la hora del día... todo. ¿Todavía alguien puede creer que el Sr. Felipe se encerró en su despacho y redactó él solito ese cuidadísimo mensaje? No es por desmerecer su intelecto, seguro que individualmente es capaz de grandes logros, pero estamos hablando de que imperceptiblemente se nos da a entender que mensaje y texto son suyos, cuando la realidad es que detrás hay un equipo humano de asesores excelentemente preparado. Y a continuación, los portavoces de los medios celebreando la intervención como valiente, atrevida, el nuevo rey es nuestro hombre, queremos un hijo tuyo.
Hay cosas con las que no puedo. Es injusto, como injustas fueron algunas situaciones que se dieron el jueves, pues por ejemplo la sola decisión de prohibir la exhibición de la bandera republicana me parece una medida represiva, anticonstitucional, intolerante y que fundamentalmente atenta contra la libertad de expresión.
Ni este ni ningún gobierno tiene derecho a tomar ese tipo de medidas propias de la Edad Media o de un país Árabe. Sin embargo nos las imponen a su antojo y ahí deberíamos preguntarnos ¿por qué? La respuesta tiene mucho que ver con la simbología, las estrategias de manipulación mediática, el contro de la opinión pública y por supuesto la imagen. Esa medida arbitraria sólo se entiende en un contexto de temor ante el despertar de cada vez más gente a una cruda realidad que muchos todavía ignoran o no quieren conocer. La bandera republicana por lo visto se ha convertido en un auténtico peligro social asociado a la nueva deflagración política representada por Pablo Iglesias y su gente.
Desde 1975, a tenor de la manoseada transición nos han contado infinidad de cuentos para niños, desde el todo por la patria, pasando por las bondades de la monarquía parlamentaria, los 800 mil puestos de trabajo que prometió Felipe González, hasta el España tiene vocación europea o estamos a la cabeza del mundo en un montón de cosas. ¡Qué jodida es la pérdida de memoria histórica! El pueblo sigue creyéndose la paja informativa y los embustes hábilmente inflitrados entre verdades. Ese ha sido también el maquillaje de esta coronación y es que gracias entre otros factores a nuestro deficiente sistema educativo, todavía una gran mayoría sigue creyendo en cuentos de hadas.

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